viernes, 14 de agosto de 2009

L E A L T A D

Por Phineas F. Bresee, D.D.
El amor, la reverencia y la devoción son parte de la lealtad. Hay algunas cosas como la patria y la iglesia que demandan lealtad.Cualquier persona que pueda fácilmente ser desviada, probablemente no dará una contribución de gran valor, y cualquier persona que no tenga espíritu de lealtad probablemente contribuirá tan poco en otro lugar como contribuye donde está ahora.
Un verdadero patriota no puede cambiar fácilmente su devoción a la bandera que ha significado tanto para él. Pero si se presenta un nuevo camino, y providencialmente es guiado en sus convicciones y su sentido de obligación para hacer tal cosa, y si escribe su nombre bajo una nueva bandera, se lleva consigo todas las posibilidades de ser leal al país cuya protección ahora busca, y del cual se vuelve parte.
Cuando una persona busca protección de otro país, pero luego en un momento de crisis de éste, regresa a su primera patria, y hasta pelea contra el país que le recibió como extranjero, demuestra que nunca fue digno de la ciudadanía que se le brindó. Su ausencia es más deseable que su presencia.
En la iglesia, donde la relación es todavía más sagrada y delicada, donde hombres guiados por su propia voluntad, han aceptado relaciones entre sí de compañerismo, de amistad y de deberes comunes, aquellos que tratan todo esto a la ligera, o que cortan la relación fácilmente, demuestran que evidentemente estaban allí sólo para ver qué podían obtener, y eran por lo tanto, una debilidad del cuerpo del que decían ser parte. Una iglesia compuesta por personas así no sería fidedigna ni fuerte.
Es imposible pensar que Pablo poseyera o le diera albergue aun por un solo momento a tal clase de disposición. Los que han carecido de lealtad a una causa fallaron en el momento de necesidad. Es posible que Demas haya tenido algunas buenas cualidades. Tal vez cumplió algún servicio bien, y Pablo no acumula muchas palabras contra él. Pero su lealtad suprema a Jesucristo le ganó el desdén duradero de los hombres.
El hombre sobre quien la inspiración divina derrama su condenación más severa fue otrora el amigo, el conocido, el guía y el compañero, con quien el grupo apostólico disfrutaba de la dulce comunión rumbo a la casa de Dios. Pero al final careció de lealtad, y Judas se volvió un hombre con significado inexpresablemnte ruin para todas las edades.
Los que dañan más a la iglesia no son nuestros enemigos jurados, ni los que sencillamente son débiles y caen en pecado; sino las personas que son desleales, las que venden su primogenitura -la confianza de sus hermanos- por un precio, o por una nada.
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