domingo, 24 de octubre de 2010

LOS ÚLTIMOS PECADOS QUE FALTAN

El apóstol Pablo dijo que tenemos que limpiarnos «de toda inmundicia de la carne y del espíritu» (2 Cor. 7.1). Aun cuando puede que a las personas a nuestro alrededor les parezca que estamos viviendo una vida limpia y moral, puede que en nuestro espíritu estemos albergando una actitud que le desagrade al Señor. Debido a que los pecados del espíritu no se ven, y están escondidos en el corazón, tendemos a ignorarlos hasta que nos llevan a algún comportamiento externo que revela su presencia.
La vida del rey David ilustra estos dos aspectos del pecado. Su deseo por Betsabé lo llevó al adulterio y al asesinato (2 Sam. 11-12; Sal. 32.5), y trajo gran dolor a su propia vida y oprobio a la nación de Israel. Luego, al final de su vida, sucumbió a la provocación de Satanás a hacer un censo (1 Cr. 21.1-6). Este acto, aparentemente inocente, desagradó a Dios (vv. 7-8) porque David estaba enorgulleciéndose de su poderío militar. Aparentemente se desvió sutilmente de una total dependencia de Dios, quien milagrosamente lo había librado, a confiar en su propio poder y fuerza.
Por fuera, puede que les parezca a los demás que estamos ganando la batalla contra el pecado. Pero debemos mantenernos alerta a los pecados del espíritu, especialmente el orgullo. Estos pueden hacernos tropezar y caer, incluso al final del andar de la vida.

0 comentarios: