viernes, 1 de octubre de 2010

AMOR A NUESTRO PRÓJIMO

Nuestro prójimo es la persona que más nos necesita. Puede ser un compañero de trabajo o de estudio, un empleado, un pariente, un amigo, o un individuo arrojado en nuestro camino al parecer casualmente, pero en realidad por la Providencia. La próxima persona que te necesite es tu prójimo.
Debe recordarse que, como enseña la parábola, nuestro prójimo no necesariamente nos resulta atractivo, y puede ser alguien contra quien tenemos un sentimiento de antipatía. Es fácil que nos guste la gente que nos resulta naturalmente simpática o agradable, pero ese amor de ninguna manera es el supremo amor divino. Aun siendo enemigos, Cristo murió por nosotros; Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino para hacernos buenos.
A fin de estimular este amor en nuestros corazones hacia tales personas, resulta conveniente comenzar por la mente y las fuerzas antes que por el corazón. No podemos comandar nuestras emociones, pero podemos encaminar la energías de nuestra fuerza. Suponiendo que haya en tu casa algún familiar anciano, aquejado de reumatismo, proclive a la queja, lamentándose ante la más mínima interrupción de su entorno de comodidad, es posible que te sea muy difícil amarle en tu corazón, al menos al principio. En cambio, puedes amarle con tus fuerzas ministrándole, llevándolo en tus brazos al subir y bajar escaleras, haciendo alguna diligencia por él; puedes amarle con tu mente, pensando, planificando, y desarrollando mecanismos que ayuden a su comodidad, y pequeños alivios a su tedio; llegarás a amarle con tu alma, aprendiendo cualidades en su carácter que hasta entonces habían escapado a tu atención; y finalmente llegarás a amarle con tu corazón, y cuando al fin su cuerpo sufriente vuelva a la madre tierra, te detendrás ante su tumba derramando copiosas y genuinas lágrimas.
Es simplemente maravilloso cómo la compasión conduce a un efecto verdadero, y cómo llegamos a amar a personas a quienes tratamos con amabilidad y generosidad. Ama con tus fuerzas, y llegarás a amar de corazón.
-La pura intención del alma
-F. B. Meyer

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