martes, 7 de julio de 2009

LAS CARGAS DEL PREDICADOR

Por John Waddey
No hay obra más grande sobre la tierra que la predicación del glorioso Evangelio de Jesucristo (Romanos 10.15). No hay labor más cansada y exigente que la del ministro del Evangelio (2 Timoteo 1.11-12). No hay obrero que Satanás odie más que el siervo de Dios. El diablo tratará de usar cualquier treta posible para destruir la obra del ministro y desanimarle en sus esfuerzos (2 Timoteo 2.11).
Todo hombre que entra en el ministerio de Cristo tiene que saber bien del tremendo peso de la responsabilidad y de las duras batallas que tiene que pelear.
Hay ciertas cargas adicionales que caen sobre los hombros de los predicadores, y que se vuelven insoportables para algunos.
  1. Está la carga de trabajar con una congregación que no proporciona apoyo. Aunque parezca extraño, muchas congregaciones emplean a un hombre para trabajar como evangelista y luego se niegan a dar apoyo al trabajo que él quiere hacer. A menudo, el hombre que ocupa el púlpito es criticado negativamente por las mismas personas que le piden que les predique. Pablo sintió el trato ingrato que recibió de los cristianos de Corinto (2 Corintios 11.7-9). Aun más difícil es cuando el ministro es dejado solo en su lucha contra el pecado y los pecadores. Varios son los ministros que han sido triturados en su espíritu porque nadie se puso del lado de ellos en lo más duro del conflicto. Jesús sabía lo amargo que era esta copa, y Pablo también (Marcos 14.50; 2 Timoteo 4.16).
  2. Otra carga para el hombre de Dios es la falta de aprecio por la obra que hace. Es algo básicamente humano sentir aprecio por el que da su vida en servicio. Muchos predicadores abandonan el púlpito a causa del desdén mostrado por las congregaciones. aunque no podemos justificar el abandono del púlpito, es más condenable la ingratitud para con el ministro (Hechos 20.27).
  3. Está la carga de un grupo de líderes que no dan apoyo. Los líderes piden a un hombre que venga a trabajar con ellos de manera que la voluntad de Dios sea hecha en la congregación y en la comunidad. El trabajo de ellos consiste en supervisar la iglesia (Hechos 20.28). El de él consiste en predicar la palabra divina (2 Timoteo 4.2). Hay muchos líderes (miembros de Junta), que le piden al predicador, que además de hacer el trabajo de él, también haga el trabajo que a ellos les corresponde. Esto es mucho trabajo para un sólo hombre. Además esto va en contra del plan de Dios. Los predicadores a menudo se sienten agobiados por líderes que no los apoyan cuando los miembros carnales se resisten a la enseñanza de la doctrina sana y saludable (2 Timoteo 4.1-3). Es algo realmente doloroso cuando un hombre es dejado solo ante los ataques que se hacen contra él. Nuestra oración ha de ser que Dios nos dé miembros de Junta con integridad, ¡que nunca dejen que un elemento mundano crucifique a un buen hombre! Que tengamos líderes que no sacrifiquen al predicador a causa de las presiones financieras o las amenazas de los poderosos de la iglesia. Que más bien alcen sus brazos como lo hicieron Aarón y Hur por Moisés (Éxodo 17.12).
  4. Está la carga de una esposa que no da apoyo. Un hombre casado nunca podrá hacer lo mejor por el Señor a menos que tenga una esposa fiel y que le dé apoyo firme. Muchos son los predicadores que han hecho una buena obra debido a la ayuda eficaz de sus esposaas. Pobre, por otro lado, del predicador que tiene que trabajar en la obra del Señor con la carga de una mujer que no le importa el ministerio. Peor aun es la compañera que está en contra de la carrera de predicar el Evangelio. Muchos son los hombres que han sido avergonzados por una mujer que no tiene amor para Dios y para la iglesia. En ocasiones, hay predicadores que triunfan, no por sus esposas, sino a pesar de ellas. Pero si los tales han podido hacer tan buen trabajo con esa carga, ¿cómo les iría sin tales mujeres? Ciertamente, si una mujer es cristiana, ella ayudará a su esposo en cualquier profesión honorable que tenga. ¿Cuánto más no será en el servicio del ministerio de Dios? Si él ha de honrarla como el vaso más frágil, ella puede honrarlo como su esposo (1 Pedro 3.5-6), cabeza (Efesisos 5.23), y hombre de Dios (1 Tesalonicenses 5.13).

Conclusión: Vivimos en una época en que hay pocos predicadores. Muchos están abandonando la carrera del ministerio. No hay momento de la historia como este en que se necesitan más evangelistas que lleven la Palabra a los perdidos, y que fortalezcan a los hermanos en su lucha contra el pecado.

Oremos todos cada día para que el Señor nos ayude a llevar las cargas de los hermanos que predican en vez de ser una carga para ellos (Gálatas 6.2).

-Tomado de La Voz Eetrna.

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