viernes, 23 de octubre de 2009

SENTENCIADO POR UNAS GALLETAS

Cuando aquella tarde llegó a la estación, le informaron que el tren estaba retrasado una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó una banca en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras leía su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba una galleta del paquete y comenzaba a comerla, una a una, despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejaría pasar aquella situación o haría de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.
Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta que en el paquete sólo quedaba la última galleta. No podrá ser tan descarado, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así con un gesto amoroso le ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banca. ¡Gracias!, dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. De nada, contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su partida... La señora se levantó furiosa de la banca y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: ¡Qué insolente, que mal educado! Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas INTACTO.

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Cuántas veces juzgamos sin temores ni contemplaciones, sin conocer a fondo las situaciones, a veces sin darnos cuenta de que somos nosotros mismos los que estamos equivocados. Cuántas veces más juzgamos las debilidades de otros y se nos olvida que Jesús nos mandó a perdonar.
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