jueves, 14 de mayo de 2009

GABRIELA MISTRAL Y SU BIBLIA

Como obsequio a la Biblioteca del Liceo de Niñas Nº 6, de Santiago, Chile, la laureada poetisa dejó un hermoso ejemplar de la Biblia en el año 1919. En las primeras y últimas pa´ginas en blanco, ella escribió su confesión de fe en lo que toca a las Sagradas Escrituras. La portada indica que es la "Santa Biblia que contiene los Sagrados Libros del Antiguo y Nuevo Testamento, antigua versión de Cipriano de Valera. Madrid. Despósito Central de la Sociedad Bíblica, 1911". El noble tributo es digno de publicarse como una revelación del alma de una mujer agraciada con el premio Nobel de Literatura, la figura destacada de las letras chilenas.
"Libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero. Tú me has enseñado la fuerte belleza y el sencillo candor, la verdad sencilla y terrible en breves cantos. Mis mejores compañeros no han sido gentes de mi tiempo, han sido los que tú me diste: David, Ruth, Job, Raquel y María. Con los míos éstos son toda mi gente, los que rondan en mi corazón y en mis oraciones; los que me ayudan a amar y a padecer. Aventando los tiempos viniste a mí, y yo anegando las épocas soy con vosotros, soy vuestra como uno de los que labraron, padecieron y vivieron vuestro tiempo y vuestra luz.
¿Cuántas veces me habéis confortado? Tantas como estuve con la cara en la tiertra. ¿Cuándo acudí a ti en vano, libro de los hombres, único libro de los hombres? Por David amé el canto, mecedor de la amargura humana. En el «Eclesiastés», halle mi viejo gemido de la vanidad de la vida, y tan mío ha llegado a sere vuestro acento que ya ni sé cuando digo mi queja y cuando repito solamente la de vuestros varones de dolor y arrepentoimiento. Nunca me fatigaste, como los poemas de los hombres. Siempre me eres fresco, recién conocido, como la hierba de julio, y tu sinceridad es la única en que no hallo cualquier día pliegue, mancha disimulada de mentira. Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos, y yo te amo todo, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los Números.
Los sabios te parten con torpes instrumentos de lógica para negarte; yo me he sentado a amarte para siempre y a apacentar con tus acentos mi corazón por todos los días que me deje mi dueño mirar su luz. Los profesores llenan de cifras y sutilezas tu margen; tarjan y clasifican; y te amo. Me basta con latir a tu sombra, me basta con hacer vivir para gozo de mi corazón tus hombres y tus mujeres. Tu resplandor, sin que me lo mostraran lo miré. Ninguna hora me lo ha apagado; de ninguna sabiduría salí desdeñándote o desconociéndote. La voz que suba sobre el lamento de Job me llevará tras de sí. ¿Cuál será esa voz? El pedagogo que me empañara, la mujer fuerte de los Proverbios, se llevaría mi corazón. ¿Dónde está? El que me hiciera llorar con mayor río de dulzura que las Bienaventuranzas te venciera en mi corazón. Pero yo no lo he visto y estoy en la mitad de mis días.
Canción de cuna de los pueblos, eterna nodriza con candor y sabiduría, te necesito para siempre. No me dejes.
Siempre seré demasiado niña para que me parezcas ingenua; siempre me bastarás hasta colmar mi vaso hambriento de Dios."
Los que alaban el genio primoroso de Lucila Godoy deberían reconocer la fuente de su inspiración poética y de su fervor místico. Ella ha declarado que el tesoro común de católicos y evangélicos es la Biblia. En este conjunto de escritos, se contempla la vida desde el punto del criterio de Dios. La Biblia es el lazo de comunión entre el Espíritu Divino y los espírituos selectos de la tierra. Si la mejor escritora chilena de la época ha cultivado su alma sensitiva por medio de la lectura meditada del Libro de los Libros, ¿cuánto más no necesitamos nosotros este ligazón sagrado entre el hombre y el Cristo que sus páginas ensalzan?

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