miércoles, 25 de enero de 2012

MEDITANDO EN LA PALABRA

Cuando vio pasar a Jesús, Juan dijo: -¡Miren, ese es el Cordero de Dios!
Los dos seguidores de Juan lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús.
Juan 1.36-37  DHH

      El pastor saliente da la bienvenida al nuevo. El presidente de la nación coloca la banda presidencial a su sucesor. El padre anuncia al directorio que su hijo se hará cargo de la dirección de la empresa.¡Qué difícil"! Las sucesiones nunca son fáciles. Y la que Juan confronta es más fundamental aún: con ella comienza una nueva era. Algunos de sus discípulos se resisten (3.25-26). Juan mismo tiene preguntas (Mateo 11.1-6). Pero, a pesar de todo, algo es para él muy claro: Él ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo (3.30 DHH). Y, tal vez con dolor, transfiere sus discípulos a Jesús: "¡Miren, ese es el Cordero de Dios."!
    ¿Es tan claro para nosotros que todo lo que somos y hacemos como creyentes, como pastores, como líderes en la iglesia, no tiene otro sentido que señalar, que 'enviar', que 'transferir' al único "Cordero de Dios"? Que 'nuestros' discípulos, 'nuestros' cargos, 'nuestros' éxitos no nos pertenecen. O, mejor dicho, que nos pertenecen sólo 'en él' y 'para él'. Porque sólo así serán, final y verdaderamente nuestros. Porque, Juan sólo entró en la historia de la fe porque fue un precursor fiel, porque 'se escondió' y 'disminuyó', aunque le costó la vida.

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